Por Lucio Albirosa. Linares Cardozo en la perpetuidad del canto entrerriano
(AP Noticias) Por Lucio Albirosa. Linares Cardozo en la perpetuidad del canto entrerriano

Linares Cardozo en la perpetuidad del canto entrerriano

Por Lucio Albirosa.
Desde aquel 16 de febrero de 1996 cuando el timbó aprendió a observar el río Paraná con ojos de pájaro y nostalgia, la música de Entre Ríos aprendió también a burlar la muerte y a todo olvido posible. La eternidad de la chamarrita nació exactamente allí.

Veintinueve años nos separan de aquel adiós ficticio del patriarca. Digo “ficticio” por no decir burlista a sabiendas de una realidad sin máscaras acariciándonos cada amanecer, en este tiempo presente observando expectante lo incierto del mañana. Seguramente la verdad irónica de los adioses nos sitúe también sobre aquel dulce deseo de “mejor muerto en Entre Ríos que vivo en la eternidad.” comprendiendo convencido de antemano que; su legado sería por siglos raíz de una verde región que no para de nacer, crecer y multiplicarse.

A luz de los días, no hay quién pueda no sentir un festival de orgullo, poros afuera y corazón adentro, al cantar con ahínco: “Soy entrerriano, mande nomás/ soy del supremo, pluma e’ ñandú, bien federal.” Acaso nuestro himno folklórico a la par de una marcha invitaándonos para hacer de la heróica Entre Ríos la Entre Ríos que Urquiza soñó”.

Más de doscientas composiciones separan al mundo común de este universo provinciano hecho mito de orillas, zorzal, calandrias, de costumbres añejas nunca pasadas de moda gracias al canturrear de cuerdas, siempre volviendo a salir airosas desde la boca de alguna guitarra señora y señera. Mil poemas de su esencia celebran la pertenencia nuestra a la patria chica y hermosa e hilvanada en cada uno de sus discos y manuscritos pintados bajo un techo de luna montielera, al costado de paredes barrancosas ciñendo la cintura del Uruguay en calma o en alguna inundación de la carne cuando al pescador de sueños se le desborda la canoa de anhelos y júbilo.

Y es que Ramón Manuel Martínez Solis, nombre real y competente al bautismo de quién luego para nosotros no sería tal por antojo bendito de un seudónimo, supo ser carne del paisaje y piel testimonial del ser provinciano e íntegro nervio de su vivencia y costumbre, absorbió la sed de los montes y cubrió a caudal la identidad de cada sitio tan solo con el milagro jocundo de poemas y palabras. Fue galope, vigor, surco, sendero, arroyo, rancho y amistad, acaso un lazo de esperanza. Es vigencia, permanente, dulce coral de calandria y eco de sauces enamorados besando la orilla azul de las aguas. ¿Quién pecará diciendo que ha muerto?

Seguramente hubo y habrá homenajes a su memoria, algún altar de recuerdo venerando su obra, respeto y enarboladas dedicatorias. Y nada de ello alcanzará para saldar tanta deuda porque la gloria que le debemos en concreto es incalculable e impagable. Juan Carlos Mondragón y Lorenzo Macías quisieron cantarle una vez al cantor del Montiel, pero con la intencionalidad sublime de dejarnos a nosotros todos, hijos de la entrerrianía, un mandato y mandamiento de ley a cumplir sin tregua: “Al que le canta a su tierra siempre debemos honrar…”, pero no solo a nosotros nos compete ese mandato. A ella también. “Chamarrita, yo te pido: no lo vayas a olvidar.” Y no. Cómo podría si nombrándola a ella lo estamos nombrando a él.

Otro inmortal de nuestro cancionero folklórico nacional, el más grande tal vez, al pasear uno de sus hitos de evocación “Por las costas entrerrianas”, cantó y nos contaba que; “Por el Cabayú Cuatiá viene Linares Cardozo/ nadando hasta el Paraná y el alma llena de gozo…” Y entonces nosotros también creemos divisarlo y acompañamos el imaginario colectivo soltando a viva garganta: “cuando lo veo pasar de arriba de la barranca/ suelo chiflarle demás para que me lleve en ancas.” Qué ingenuos hemos sido. Nunca le preguntamos a Horacio Guaraní cómo podía caber toda la idolatría y admiración por una persona en apenas cuatro versos.

Yo, apenas poeta parado en el umbral terrenal de su lema colosal, vuelto bandera de canto y fundamento, declaro haberlo visto sobre mil escenarios, en cada estrofa latente de su “Canción de luna costera”. Confieso oírlo en el silencio de las playadas y en el silbido mustio del “Peoncito de estancia” galopando siempre la huella inquebrantable de nuestro acervo tradicional y cantarín. Quizás otros puedan estrecharle la mano o brindar con él en cada desprendimiento altivo del alma toda vez que eleva su copa al aire de las “Coplas felicianeras”. Y podría seguir describiendo. Aunque esto propiamente dicho baste y alcance.

En cada flor, en cada chiflido de los gurises, en cada círculo de oración, en cada pique de anhelos, en cualquier hogar donde el orgullo de nuestro emblema sea pan y proclama, en cada rescoldo de historia mostrándonos el vientre parturiento de nuestra savia o en cualquier fogón donde aparezca una chamarra, ahí estará presente y entero el patriarca.

De ahora en más, nos quedará la obligación de desmentir cualquier adiós de don Linares Cardozo. Él solo descansa abonando cada vez más profundo nuestro suelo, sabiendo que cada nuevo canto que bien pudiese emerger desde el corazón de una chamarrita, siempre nacerá entre dos ríos, desde un solo amor, sin medida, abrazando a Entre Ríos.

A ENTRE RÍOS

Esta es mi Patria chica tan hermosa
donde mi corazón con tanto empeño
siente que su latir se torna copla
porque vive en el pago de sus sueños

Arriba un cielo azul, en su heredad
umbrosos talas atrapan los gorjeos
la calandria, augurando libertad,
fecunda inspiración de montoneros.

Cuajarones de ceibo y un zorzal
se encuentra con la luz arrebolada
pico del monte, verde tremolar

Entre Ríos, nido musical de aguas
donde las aves todas se convocan
con arrullo de fe para cantarla.

Linares Cardozo
Villaguay 2025-02-16














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