En tiempos donde se intenta naturalizar la desigualdad, el individualismo y el sálvese quien pueda, estas fechas nos invitan a detenernos y mirar alrededor. No para negar las dificultades, que son reales y golpean fuerte, sino para reafirmar por qué elegimos organizarnos, militar y no resignarnos.

La esperanza no es ingenuidad, es una construcción colectiva. Nace cuando nos cuidamos entre nosotros, cuando defendemos derechos, cuando no miramos para otro lado frente a la injusticia.

Que estas fiestas nos encuentren fortaleciendo la solidaridad, el compromiso y la memoria de las luchas que nos trajeron hasta acá. Porque nada de lo que tenemos fue regalo, todo fue conquista. Y lo que falta, también lo será si seguimos caminando juntos.

Que el próximo año nos encuentre más unidos, más conscientes y más firmes. La historia no la hacen los que se resignan, sino los que persisten. Recuerden que, para no repetir errores, primero hay que animarse a reconocerlos.

En nuestra historia hubo aciertos, hubo avances y también hubo límites. Negarlo sería injusto; conformarse sería peligroso.
Hoy la realidad nos exige algo más, nuevas miradas, nuevas energías y nuevas formas de representar. No para borrar lo hecho, sino para superarlo.

El cambio no es un castigo a nadie, es una responsabilidad con todos.

Elegir distinto no significa negar el pasado, sino aprender de él para no quedarnos detenidos.

Porque las organizaciones que no se renuevan terminan alejándose de la gente que dicen representar.